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Rodolfo Terragno

viernes, 25 de enero de 2013

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Rodolfo Terragno: «La UCR tiene que olvidarse de la política de alianzas»

Por Néstor Leone Precandidato a senador nacional, el dirigente señala que el desafío del radicalismo para 2013 es revertir el divorcio con su electorado tradicional.

Ministro durante el tramo final del gobierno de Raúl Alfonsín, jefe de Gabinete en el primer año de gestión de Fernando de la Rúa, diputado en dos ocasiones y senador entre 2001 y 2007, Rodolfo Terragno ha sido un protagonista importante en las primeras tres décadas de democracia recuperada. Proveniente del mundo periodístico, con cierto anclaje en la academia y varios libros publicados, entre textos programáticos y estudios históricos, el dirigente presenta su precandidatura a senador nacional por la Ciudad, aguijonea la discusión interna en el radicalismo e intenta promover el debate sobre una serie de cuestiones que le parecen centrales para el país. “La UCR tiene que hacer una alianza con los radicales, no con otros partidos”, le dice a Debate, entre otras definiciones.


Ya avisó que será candidato a senador. Pero no dejó en claro si lo será por el radicalismo, si se lanzará de manera independiente; si es una decisión tomada y definitiva, si está sujeta a otro tipo de acuerdos.

Me llama la atención que todavía no se haya descubierto qué son las primarias. Nadie se puede presentar si no pertenece a un partido o a una alianza. No hay candidatos independientes. A la vez tampoco hay candidatos oficiales si no pasa por esa instancia.

Convengamos en que la persistente crisis de los partidos, por un lado; y la no definición de candidaturas mediante las primarias, en 2011, por el otro, convierten al interrogante en una posibilidad.
No es que su pregunta sea improcedente, por supuesto. Lo que ha sido improcedente es la respuesta que se le ha dado a las primarias. Significó destruir las ventajas del sistema, que son muchas. Además, no creo en democracias que no se estructuren sobre la base de partidos políticos. Es cierto, la gente no vota partidos: establece una vinculación personal con los candidatos. Antes de la existencia de medios masivos bastaba con un puntero que contase cómo era el candidato al que se debía votar. Ahora lo tiene virtualmente en la cocina o en el dormitorio. Sabe cuando miente, cuando trastabilla. El sistema de primarias combina eso: promueve una democracia de partidos y, al mismo tiempo, permite que sean los ciudadanos, y no las estructuras, los que seleccionen a los candidatos.

¿Por qué decidió volver al ruedo? 
Desde el punto de vista de la tranquilidad personal implica una decisión importante. Y un riesgo, sin duda. Nunca fui un político profesional, entendiendo por esto a quien vive de y para la política. De hecho, mi incorporación fue tardía, a los 45 años. Fui secretario de Gabinete y ministro de Obras y Servicios Públicos, y manejé más de la mitad del presupuesto de la Nación sin ser afiliado a ningún partido. Y, luego, pasé interregnos fuera de la actividad política.

Llegó a ser presidente de la UCR. 
Sí, pero nunca fue mi modus vivendi. Es más, económicamente perdí mucho dinero. O perdí de ganar, como lucro cesante. Y hoy no me alcanza el tiempo…

¿Entonces?
Hace dos años hice, desde la nada, sin cargo partidario ni función alguna, un ejercicio que me parecía indispensable: ir en busca de ciertos acuerdos mínimos multipartidarios. Elaboramos un acuerdo que firmaron Hermes Binner, Mauricio Macri, Eduardo Duhalde, Ricardo Alfonsín... Existe la falsa idea de que la diferenciación entre partidos proviene de fingir que uno está en desacuerdo en el ciento por ciento de las cosas. No es así. Además, hay cosas de largo plazo que no se pueden encarar si no es a través de consenso. No se trata de ignorar las diferencias ideológicas. De lo que se trata es de saber que cualquier gobierno futuro, sea de izquierda, de derecha o de centro, va a necesitar nueve mil millones de dólares por año para desarrollar una capacidad energética que le permita tener una tasa de crecimiento del cinco por ciento… Son inversiones que se recuperan en nueve o diez años. Y nadie va a hacer inversiones si no hay certeza de que, gobierne quien gobierne, esto va a seguir así.

De todos modos, un documento de por sí no asegura nada. 
Claro que no hay que ser ingenuos. Pero así se deben pensar las políticas de Estado. Oposición y oficialismo, por definición, son conceptos transitorios. El Gobierno no lo firmó y está en su derecho. Sería contradictorio que uno postulara el consenso y criticara a quien no coincide. Pero pensé que podría ayudar a que se discutan ciertas cosas… En verdad, estoy preocupado porque se está produciendo una división en el país sobre la base de criterios que me parecen inadecuados. Y no veo una sola cosa sobre la mesa que tenga que ver con el largo plazo.



PROBLEMAS Y DESAFÍOS


La UCR parece inmersa en un declive tendencial, que le ha costado revertir. En la Ciudad parece más acentuado aún, a juzgar por los últimos resultados electorales. ¿Cuál es su diagnóstico?
No hay dudas de que la crisis de los partidos se ha dado con mayor notoriedad en la UCR. Era un partido de poder y ha dejado de serlo. El hecho de que millares de personas se movilicen por las suyas es una indicación de que los representados no sienten que los representantes asuman sus intereses. La gente no necesita dirigentes para que protesten. Protesta por sí sola. Necesita que le muestren capacidad para convertirse en alternativa. En los últimos años, el radicalismo ha transmitido complejo de inferioridad. Y nadie sigue a alguien con complejo de inferioridad. Alfonsín superó el cincuenta por ciento de los votos en 1983. De la Rúa, en alianza con otra fuerza, también. Y, en 2003, la UCR sacó apenas el dos por ciento…

Y hubo retroceso en términos territoriales. En las provincias, sobre todo. Hace una década gobernaba varias, hoy casi ninguna. 
Por supuesto. Pero quiero ir más allá: sin dos grandes fuerzas, sin dos partidos de poder, no hay democracia. Para gobernar el país hace falta una representación policlasista, multirregional… No se puede gobernar el país con un solo partido. Ni con un partidito. Si al lado de quien gobierna no hay alguien que podría gobernar, que le sopla en la nuca e implica una amenaza de sustitución legítima, va a existir hegemonía aunque el partido gobernante no lo quiera. La crisis del radicalismo no es un problema de los radicales. Es un problema de la democracia argentina.

¿Entonces?
O el radicalismo se reconstituye como partido de poder. O tiene que ser sustituido por otra fuerza. Lo que necesitamos es una democracia de equilibrio. Por supuesto que aspiro a la reconstitución del radicalismo como fuerza de poder, y haré todo lo que esté a mi alcance.

Al estar lejos de la gestión, tanto nacional como provincial, ¿no corre el riesgo de quedar sin la gimnasia necesaria para la formación de cuadros técnicos y políticos de gestión?
No creo. El triunfo de 1999 fue después de la década menemista...

De la Rúa venía de gobernar la Ciudad, por ejemplo. Y el partido gobernaba tres o cuatro provincias.
No veo que la gestión municipal o provincial haya sido un semillero de cuadros. Si uno ve los ministros que tenía De la Rúa, ninguno venía de una experiencia de gestión. Y, en el caso de Alfonsín, menos.

Y eso, ¿no fue un déficit en sí mismo?
No necesariamente. Es posible, y no lo digo con falsa modestia, que Alfonsín se haya equivocado al elegirme como ministro. Pero, al hacerlo, demostró una actitud de amplitud. No lo conocía y no era afiliado al radicalismo. Leyó un libro de mi autoría, Argentina Siglo XXI, y creyó que tenía que darme una oportunidad para ejecutar algunas de esas ideas. Un presidente con una visión de país, con un sentido de poder, puede convocar gente con proyectos innovadores. No es que uno necesite tener el equipo previamente para después gobernar. Lo que el radicalismo tiene que recuperar, sí, es vocación de poder.

Señaló la necesidad, de alguna manera, de volver al bipartidismo. ¿Es eso lo que se necesita, o un sistema con dos grandes coaliciones estables?
No creo que las coaliciones sirvan. Uno puede encontrar puntos en común entre las fuerzas, y soy partidario de eso, pero una alianza permanente sobre la casi totalidad de las cosas es imposible. Las diferencias ideológicas existen. ¿Qué sería esa coalición, hoy? Un sindicato de partiditos frustrados e impotentes. Y con eso usted no hace un gobierno. Sin perjuicio de la diversidad y el sistema proporcional que contribuye a que no sean sólo dos partidos los que monopolicen el poder, tiene que haber uno que gobierne y otro que pueda gobernar. Además, las fuerzas que giran sobre una persona o sobre un distrito difícilmente puedan convertirse en una opción nacional.

¿Sobre qué fibras sensibles y qué bases programáticas considera que puede darse la reconstrucción del radicalismo?
Como dije, la primera cosa que habría que hacer es olvidarse de la política de alianzas. Por lo menos, como se la entiende hoy. Las alianzas hay que hacerlas con los votantes, no con los partidos. En este caso, la UCR tiene que hacer una alianza con los radicales. En la Ciudad, el radicalismo viene sacando cerca del dos por ciento. Es decir, está cerca de la inexistencia. Paradójicamente, es un distrito en el que una de cada cuatro personas es radical, que se ha visto obligado a votar por otras fuerzas porque la UCR no lo representa. Ahí está el divorcio, y el principal problema. Y eso, por supuesto, no se soluciona yendo detrás de Cristina Kirchner, Roberto Lavagna o Alberto Rodríguez Saá. Ante todo tiene que haber vocación de poder. Tiene que quedar claro que el radicalismo quiere gobernar.
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