La derrota kirchnerista de ayer abre dos procesos. Una transición que debe manejar la presidenta Cristina Fernández con un poder declinante y una sucesión en la que casi todos los candidatos con posibilidades reales de llegar a la presidencia -Massa, Scioli, Macri, Cobos- son de centroderecha, lo que quiere decir -aproximadamente- que son más realistas que populistas. En ese plano la novedad es que la negación de la realidad parece tener fin a plazo fijo.
La pérdida de poder "K" está menos vinculada con el reparto de bancas en el Congreso (lo que se votó) que con la expectativa negativa en torno al futuro de la Presidenta. El kirchnerismo se extingue con ella. Ayer su hijo confesó que no sabía cuándo volvería a ejercer su cargo. Quienes deben tomar decisiones económicas o políticas buscarán, por lo tanto, interlocutores en cualquier parte menos en la Casa Rosada o en Olivos. El riesgo que genera esa situación es el vacío de poder. Un ciclo que comenzó en 2003 se cierra, entonces, con una incógnita preocupante en vista de que la principal derrotada estuvo ausente y fue reemplazada por dirigentes de cuarta fila que simulaban anoche sin convicción que la derrota no tenía importancia. Esa excusa es peor que absurda; ya no sirve. Pero lo peor fue el espectáculo de la tropa desorientada. Son de sobra conocidos los riesgos que involucra un peronismo sin conductor.
El único que admitió la derrota sin subterfugios fue el gobernador Daniel Scioli, no en vano el único miembro del oficialismo con aspiraciones razonables de competir en 2015. Perdió por mucho y lo reconoció, pero también cuenta con al menos tres ventajas: 50% de imagen positiva, no niega lo evidente y no es "K", algo de lo que Mariotto puede dar fe.
La derrota "K" no debe ser atribuida, de todos modos, a la negación de la realidad, ni a Cabandié, ni a los trenes sin frenos, ni al pacto con Chevron, ni a la farandulización tardía, sino a la economía. La inflación fuera de control, el estancamiento y la bajísima creación de empleo golpearon fuerte a los sectores pobres que habían sido beneficiados por las políticas populistas. La escasez de dólares hizo lo propio con la clase media y erosionó un apoyo que nunca fue ideológico ni dependió del relato, sino del bolsillo.
El retroceso económico no es, a su vez, producto de que "el mundo se nos cayó encima" como quiere la Presidenta sino consecuencia de sus errores. Por temor a pagar un costo político que ayer se probó inevitable postergó medidas que resultarán mucho más onerosas en los próximos dos años. Sus equivocaciones fueron monumentales; eligió siempre mal, desde Amado Boudou hasta Guillermo Moreno. Desde la destrucción del Indec hasta la confiscación de YPF o de Aerolíneas Argentinas. Una política de subsidios que a esta altura ya es de suicidio y una política energética catastrófica terminaron por desajustar la economía que había convertido al kirchnerismo en una aplanadora electoral.
Lo que viene, en consecuencia, es un cambio de guardia. Con Sergio Massa que aplastó a Martín Insaurralde. Con un Macri que festejó exultante. Con Binner y Cobos. La lista puede cambiar porque faltan dos años, pero algo no cambiará: el kirchnerismo empieza hoy una larga y difícil retirada.
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