Aun cuando los mercados parezcan haber festejado la súbita desaparición física de Néstor Kirchner con alzas en los activos financieros argentinos y con una importante baja del riesgo país, quizás a la espera de cambios en el rumbo por él trazado, hombres del oficialismo y de la oposición coincidieron en restar trascendencia a cualquier especulación sobre modificaciones inmediatas en el modelo kirchnerista y también en su particular estilo de gestión.
Aunque nada será igual en el kirchnerismo sin el ex presidente, prácticamente nadie en la oposición política se ilusiona con cambios profundos en el Gobierno y nadie en el oficialismo se anima a pronosticarlos. "No esperen que eche a Guillermo Moreno, que arregle con el FMI o que frene a Hugo Moyano", predijo un reconocido diputado del peronismo federal.
En las últimas horas de duelo, fue fácil advertir qué había detrás del mensaje de aliento que los seguidores de Kirchner le hicieron llegar a la Presidenta. Detrás del "Fuerza, Cristina", que se escuchó una y otra vez en la capilla ardiente instalada en la Casa Rosada, no podía leerse otra cosa que una demanda de profundización del modelo K. Cualquier otra idea sería considerada una ofensa al legado de Néstor Kirchner.
Nada hace pensar que, al menos en los próximos meses, pueda cambiar la concepción presidencial sobre el papel intervencionista del Estado en la vida económica o el especial afán por la discrecionalidad del Poder Ejecutivo en la asignación de recursos. Mucho menos, la política en materia de derechos humanos, caracterizada por la persecución de quienes cometieron delitos de lesa humanidad desde el Estado, pero no de quienes sembraron el terror desde organizaciones guerrilleras.
Nada hace pensar que, de la noche a la mañana, la Presidenta replantee la estrategia gubernamental de sentar las bases para un multimedios estatal y abandone los ataques a la prensa que se ha resistido a someterse a los deseos del Gobierno.
Hasta su deceso, Néstor Kirchner administraba aproximadamente el 70 por ciento del poder, incluidos los numerosos frentes de conflicto que mantenían en vilo a sus adversarios, demonizados desde el atril presidencial y convertidos en virtuales enemigos por el matrimonio gobernante.
¿Estará preparada Cristina Fernández de Kirchner para manejar en simultáneo todos esos frentes de tormenta? Su esposo parecía naturalmente dotado para esa tarea, pero destinaba a ese trabajo casi las 24 horas del día. Finalmente, fue víctima de su propio estilo: el mismo estilo que basó la construcción del poder en la confrontación permanente, que no dudó en sembrar discordias y divisiones, y que dejó de lado la senda del diálogo y de la búsqueda de consensos.
Frente a los problemas, a diferencia de otros presidentes como Carlos Menem y Eduardo Duhalde, los Kirchner no siempre se preocupaban por armar alianzas. Con frecuencia, actuaban en soledad y confiaban en muy poca gente. Néstor Kirchner, auténtico equilibrista en el proceso de conquista y preservación del poder, se las ingeniaba para resolver los múltiples frentes de conflicto que él mismo concebía, valiéndose de la aplanadora. Claro que, en los últimos tiempos, especialmente luego de los sucesivos traspiés frente al campo en 2008 y en las elecciones legislativas de 2009, la aplanadora comenzó a exhibir algunas falencias. ¿Podrá la Presidenta sostener semejante nivel de conflictividad?
No se descarta en ámbitos políticos, incluso de la oposición, que la imagen positiva de Cristina Kirchner mejore en los próximos días en la opinión pública. Es probable que, por distintos motivos, la Presidenta reciba de parte de la sociedad similares beneficios a los que determinaron el ascenso de Ricardo Alfonsín a los primeros planos de la política a pocas horas de la muerte de su padre.
¿Qué hará la Presidenta con ese poder, una vez recuperada de la lógica conmoción producida por la partida de su esposo? Nadie puede saberlo. Los Kirchner han sido con cierta frecuencia una caja de sorpresas.
Pero si, como se espera, emplea ese poder para profundizar el estilo de gestión bautizado con la inicial del apellido del fallecido líder, es probable que, prematuramente, deba inaugurar la nueva etapa política lidiando con la oposición.
Es que, más allá de las muestras de solidaridad y respeto que le prodigaron unánimemente los dirigentes opositores a la Presidenta en las últimas horas, la lucha política continúa. Las próximas semanas volverán a enfrentar en la Cámara de Diputados al oficialismo y la oposición. Esta última intentará reformar el Indec, la Oncca y el régimen de impuesto a las ganancias para los trabajadores, además de imponer su propio proyecto de presupuesto 2011.
La tregua política no durará demasiado, a menos que desde el Poder Ejecutivo parta una señal, por ahora impensada, asociada con la búsqueda de un diálogo político a tono con una sociedad que reclama sosiego.
Fernando Laborda
LA NACION
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